martes, 29 de mayo de 2012

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Arne Worren, traductor de ‘El Quijote’ al noruego

Sus versiones de clásicos españoles, pasados y contemporáneos, son de referencia

 

‘IN MEMORIAM’
Arne Worren (Ålesund, Noruega, 1924) , que murió en Oslo a finales del pasado año, ha dejado la traducción de referencia al noruego de El Quijote. Por este trabajo recibió el prestigioso premio noruego Bastian y el premio de la Academia Noruega.
Worren inició su carrera en el mundo de las artes y las letras como empresario de una compañía teatral regional. En 1974 defendió su tesis sobre Góngora y posteriormente ingresó en el Departamento de Lenguas Europeas de la Universidad de Oslo, donde se jubiló en 1994.
El Siglo de Oro español y el Barroco literario fueron los dos principales polos de su actividad académica, durante la que publicó trabajos sobre Calderón de la Barca, Góngora y Lope de Vega, entre otros autores. Su pasión de hispanista le llevó a realizar un registro de las antiguas bibliotecas nobles noruegas en busca de ediciones de los más destacados autores del período cumbre de la literatura española, esfuerzo de investigación durante el que comprobó la extensión que adquirió el castellano como idioma franco en la Europa del XVII. Además de la obra capital de Cervantes, Worren vertió al noruego, entre otros muchos clásicos pretéritos o contemporáneos, a Clarín, Javier Marías o Álvaro Pombo.
El rico y diverso bagaje de intereses de Worren comprendía la pasión por la arquitectura barroca, los viajes y la música. Era un conversador inigualable, un narrador mágico, erudito y sutil, el epítome de un hombre amante de la cultura y el trato humano. Su finura y profunda impregnación por la cultura española se reflejan en las exquisitas versiones que hizo a su lengua de algunas de nuestras obras mayores.
Mario Lucarda es escritor y crítico literario.

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La última carta de García Lorca

EL PAÍS saca a la luz la misiva dirigida desde Granada a su novio, Juan Ramírez de Lucas

Querían viajar a México pero el asesinato del poeta lo impidió

 
Fragmentos de la carta de Federico García Lorca.

“En tu carta hay cosas que no debes, que no puedes pensar. Tú vales mucho y tienes que tener tu recompensa. Piensa en lo que puedas hacer y comunícamelo enseguida para ayudarte en lo que sea, pero obra con gran cautela. Estoy muy preocupado pero como te conozco sé que vencerás todas las dificultades porque te sobra energía, gracia y alegría, como decimos los flamencos, para parar un tren”. Sobre la cuartilla blanca, fechada el 18 de julio de 1936 en Granada, Federico García Lorca trataba de consolar a su enamorado Juan Ramírez de Lucas.
La pareja se encontraba llena de ilusiones y de proyectos. Lorca había decidido aceptar la invitación de Margarita Xirgu para viajar a México pero quería marcharse con el estudiante de 19 años, que soñaba con ser actor y que ya había hecho sus primeros pinitos en el Club Teatral Anfistora. La complicidad era mutua pero necesitaban la aprobación del padre del muchacho, un reputado médico albaceteño. El poeta había cumplido 38 años pero a su amante le faltaban dos para alcanzar la mayoría de edad. Podrían haberse fugado. Seguramente Lorca tenía los contactos necesarios para que pudieran salir de España con papeles falsificados pero se negó a hacerlo. Ramírez de Lucas debía convencer a su familia para marcharse juntos pero las cosas no estaban saliendo bien: “Yo pienso mucho en ti y esto lo sabes tú sin necesidad de decírtelo pero con silencio y entre líneas tú debes leer todo el cariño que te tengo y toda la ternura que almacena mi corazón”, prosigue el poeta.
Los tres folios, escritos a mano, con palabras subrayadas y alguna tachadura, llegaron a su destino cuatro días después, antes de que se cortaran las comunicaciones entre la zona republicana y la nacional. Ese mismo día se conocía el alzamiento franquista, la sublevación militar no tardaría en convertirse en guerra civil y empezaba el reinado del horror.
Juan Ramírez de Lucas.
El valor documental de estos folios, junto con el poema, los dibujos y los cuadernos, en los que Ramírez de Lucas cuenta sus recuerdos sobre la relación de ambos, deberá ser determinado por los historiadores pero para eso hace falta que los herederos den el visto bueno a la publicación. Hermanos y sobrinos se debaten sobre qué hacer con los documentos, que ya han merecido el interés de un gran sello editorial. Para los partidarios de sacarlos a la luz se trata de una cuestión de tiempo pero otro sector de la familia se niega a utilizar el histórico material. La trascendencia de los documentos podría ser de enorme importancia, puesto que aportarían nuevos datos sobre los últimos días del poeta.
La resonancia internacional de lo publicado estos días por EL PAÍS, con una reproducción de un poema de amor inédito de Lorca dedicado a su novio, ha sido enorme, como casi todo lo que se relaciona con el poeta español más traducido de todos los tiempos. Desde Nueva York, Laura García Lorca ultima los detalles técnicos de una exposición sobre el poeta que se realizará en la Biblioteca Municipal, cuanta cómo ha sido requerida por algunos de los periódicos más prestigiosos para hablar del tema. Y lo mismo Ian Gibson. Ayer mismo, desde un tren camino de Córdoba, el biógrafo más conocido de Lorca destacaba la importancia de que afloren nuevos documentos y de que se remuevan las vías de investigación sobre el escritor. En su opinión, los documentos deberían publicarse cuanto antes para ser estudiados.
Dado que se trata de una carta fechada el mismo 18 de julio de 1936, Gibson considera que podría tratarse de la última misiva del poeta de la que se tiene constancia, aunque sea difícil determinarlo al cien por cien. “Según mis datos, el pintor Pepe Caballero le escribe una carta a Lorca en esos días y se la devuelven diciendo que en esa dirección ya no vivía nadie”, añade. A sus 73 años, el escritor considera que su cabeza se encuentra repleta de nombres y de fechas pero le bastó escuchar los apellidos Ramírez de Lucas para situarse en el tiempo: “¿Vive todavía? Hice todo lo posible por entrevistarme con él pero fue imposible. Sabía que era fundamental su relación con Lorca pero no logré hablar con él y eso supuso una gran frustración. Cuando conseguí hablar con él me dijo que no quería verme, que él mismo preparaba su propia versión de los hechos, pero supongo que era una manera de quitarme de en medio”.
Tres cuartos de siglo después, Federico García Lorca sigue siendo noticia. Resulta casi un milagro que el histórico material haya sobrevivido a tantos avatares. Ramírez de Lucas, al que algunos han comparado en las fotos que se conservan de cuando era joven con el galán de cine Alan Ladd, guardó durante años los recuerdos que le unían a Lorca sobreponiéndose a todos los peligros que conllevaba haber tenido relaciones con un poeta tan estigmatizado por el franquismo. En la carta de tres folios quedaban las últimas palabras que le enviaba el poeta. A los pocos días de recibirla, Albacete quedaba bajo el mando republicano y Granada en poder de los nacionales, lo que agravó la situación de Lorca.
Federico García Lorca.
El poeta, tan famoso como carismático, se encontraba en la cumbre de su fama. Bodas de sangre se estaba traduciendo al francés y estaba a punto de publicarse Poeta en Nueva York. Margarita Xirgu lo había invitado a México pero en los planes de Lorca también se encontraba la idea de regresar en otoño a Madrid para estrenar Doña Rosita la soltera. Sin embargo, en el otro bando solo importaba su fama de rojo y de homosexual. La situación en Granada se volvía insostenible. Su cuñado, el alcalde socialista de la ciudad, Fernández Montesinos, fue arrestado el 20 de julio en el Ayuntamiento y fusilado el 16 de agosto, dos días antes del asesinato de su cuñado Lorca.
Durante un registro en la Huerta de San Vicente, en busca de uno de los empleados de la familia, el padre del poeta fue golpeado brutalmente por números de la Guardia Civil. Ante el peligro evidente y la posibilidad de que el poeta fuera el siguiente, Lorca se esconde en casa de la familia Rosales, cuyos hijos, y en especial Luis, eran íntimos del autor de Yerma. El poeta no quiso que Luis Rosales y Pepinique Rosales lo pasasen en su propio coche al bando republicano, como habían hecho con otros amenazados. Fue detenido el 16 de agosto, tras ser denunciado por Ramón Luis Alonso, exdiputado de la CEDA, que odiaba tanto a Garcia Lorca como a la familia Rosales por no querer admitirlo en la Falange de Granada.
Queipo de Llano, gobernador militar de Andalucía Occidental, fue informado telefónicamente del arresto que se acababa de llevar a cabo. “¡Que le den café!” fue su respuesta. La madrugada del 18 de agosto era fusilado “por rojo y por maricón”. La noticia, pese a los rumores y las protestas internacionales que ocasionó, no se confirma hasta el 20 de septiembre, un mes y dos días después de su asesinato.
Como algunos españoles que no podían acreditar un pasado glorioso al lado del bando nacional, Ramírez de Lucas se alistó en la División Azul, donde fue herido grave en la batalla del río Lovat y condecorado posteriormente. Todavía se encuentra en Internet una de las cartas que mandó a su casa desde el frente ruso. Con la ayuda de Luis Rosales buscó trabajo en ABC. Se ganó la vida como periodista y crítico de arte y arquitectura, rehizo su vida sentimental con un compañero con el que compartió treinta años. Ni siquiera a él le contó nada sobre ese amor de juventud.
Mucho tiempo después, seguramente cuando la herida dejada por esa relación frustrada de manera tan dramática, Ramírez de Lucas comenzó a verter todos sus recuerdos en unos cuadernos, en los que cuenta la época que le tocó vivir, los momentos junto a Federico y sus ideas políticas. Todo ello podría ser de enorme valor para los historiadores. Hace dos años, poco antes de fallecer en un hospital madrileño, legó los documentos a una de sus hermanas. Su última voluntad fue que los documentos en su poder se conocieran.

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Las lágrimas de Lorca a su último amor

El poeta granadino dedicó unos dibujos a Juan Ramírez de Lucas hasta ahora inéditos

 
Un dibujo de Federico García Lorca para Juan Ramírez de Lucas.
 
El periodista Juan Ramírez de Lucas proyectaba publicar los dibujos que conservaba de su relación sentimental con Federico García Lorca como complemento de un poemario suyo, pero falleció antes de llevarlo a cabo. Su delicada salud pudo más que el peso de los recuerdos que le habían acompañado durante casi 70 años. La última carta del poeta, la poesía y sus cuadernos de notas podían resultar altamente comprometedores, pero el uso de los dibujos no tenía por qué resultar chocante, en un profesional que vivió entregado al mundo del arte. Conoció a Picasso y a Dalí y tenía una buena relación con César Manrique, Antonio López y Miró. Para el autor de Doña Rosita la soltera, el dibujo constituía una forma íntima de comunicarse. Con la misma pluma con la que derramaba versos, completaba su visión dramática, una metáfora, un estado de ánimo o un símbolo. Para un creador tan versátil, capaz de componer o de interpretar al piano algo que acababa de escuchar, el dibujo era un complemento artístico. Y, seguramente, en alguno de esos contextos fueron realizados los bocetos que ahora saca EL PAÍS a la luz, como las lágrimas del dibujo de esta página..
Un dibujo del poeta a su amante.
No hubiera sido el primer título en el que Juan Ramírez de Lucas relacionaba arte, poesía y dibujo. Entre otros, con la editorial Nausica publicó Homenajes pictóricos: poemas y dibujos, dedicado a algunos de los más destacados pintores. Desde que se instaló en Madrid, tras su paso por la División Azul con la intención de rehacer su vida y matricularse en la Escuela de Periodismo, fue ese en el ámbito que se movió durante toda su vida. José Miguel Santiago Castel, presidente del consejo editorial y asesor de Abc, lo trató durante muchos años, en el periódico donde ambos desarrollaron buena parte de su profesión, y todavía hoy no sale de su asombro. “En Mallorca, donde yo trabajé muchos veranos como corresponsal y donde tenía una casa su hermana, compartimos muchas madrugadas de copas, de esas en las que se habla muy libremente, y nunca dijo nada, aunque ocasiones hubo muchas. Ahora me doy cuenta que era muy amigo de Luis Rosales y encuentro cosas que encajan pero entonces llevaba su pasado con un pudor exquisito”, cuenta al teléfono desde su domicilio. Le apasionaba la música clásica y sentía devoción por la música popular. “Era uno de esos tímidos que ganan mucho en la distancia corta. Divertido e ingenioso, lo mismo tarareaba un cuplé que hacía una crítica literaria acertadísima. Además, era una bella persona”.
Cuaderno dedicado a Lorca de Ramírez de Lucas.
Alto, serio, discreto, elegante, guapo, culto. El circuito periodístico del mundo del arte y la arquitectura, con el que compartió viajes y noticias, lo describe con todos esos adjetivos y no se trata de un gremio especialmente generoso con los halagos. A ninguno se le pasó por la cabeza que, en sus años jóvenes, hubiera tenido una experiencia tan arrebatadora como dramática con García Lorca. Ahora ya no quedan apenas testigos del turbulento Madrid republicano donde sostuvo su idilio de juventud con el poeta, a espaldas de su familia. Pero en los años cincuenta, cuando regresó de Albacete a Madrid, cuando empezaban a volver algunos de los exiliados, sobre todo actores con los que había coincidido en La Barraca o en el montaje de algunas de las obras en las que hizo pinitos como actor, como Peribáñez y el comendador de Ocaña, tuvo que dar más de una explicación. A esos les contaba que solo había sido “amigo” de García Lorca tres meses. Ni en los años de la República ni en el franquismo se hablaba libremente de la homosexualidad. Hasta los propios gais eran homófobos y al que se despistaba le aplicaban la ley de vagos y maleantes. Ramírez de Lucas, como García Lorca, carecía de eso que luego se conoció como pluma. Podían ser muy extrovertidos pero de su vida personal se sabía muy poco. “Creo que ni siquiera Luis Rosales tenía una conciencia clara de los amores de Lorca”, dice Luis María Anson, su director en Abc durante muchos años con el que mantuvo relación hasta el final, cuando las secuelas del cáncer de próstata le redujeron la movilidad. Sus recuerdos sobre Ramírez de Lucas y la época fluyen con soltura. “Hablaba con mucha naturalidad de Luis Rosales, pero pocas veces citaba a Lorca. Cuando se refería a él, siempre era para abordar temas relacionados con su obra y especialmente su poesía”. Para Ramírez de Lucas, el autor del Romancero gitano siempre fue el mejor poeta del mundo. Superior a Cernuda, a Guillén o a Machado. “Jamás tocó el tema de la homosexualidad, pero hablaba de Lorca de manera muy entregada, se notaba que conocía su poesía a la perfección aunque, en algunas ocasiones, trascendía lo profesional, y nos llevaba la contraria sobre observaciones personales que, a su juicio, estaban equivocadas, como que Lorca no era triste sino la persona más amable del mundo”.
Anson, que consiguió publicar en exclusiva los Sonetos del amor oscuro —”son de una perfección total”—, tiene clara la relación sentimental del que fuera su crítico de arte con el poeta, pero le cuesta creer que el periodista que trabajó a sus órdenes fuera el protagonista de esos versos encendidos donde el amor homosexual aumentaba por momentos. “Estaban escritos en las hojas de los hoteles por los que pasaba con La Barraca, en la que Rafael Rodríguez Rapún, del que estuvo muy enamorado, era el secretario. Me dijo Neruda que Lorca se los leyó en 1936… Ustedes [en referencia a EL PAÍS por la carta y el poema de Lorca dedicados a su último amor] han sembrado una duda y lo interesante ahora es esa interrogación que se ha creado”.

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A parte de nós que non gusta

A terceira edición de ‘Pornografía’, o primeiro libro de Lupe Gómez publicado en 1995, recupera unha poesía urxente sobre “cousas que están mal vistas”

 
A poeta Lupe Gómez, o mércores na rúa Nova de Santiago. / ANXO IGLESIAS
 
“A muller é / un cristal / atravesado por / unha patria”, din catro dos versos máis célebres da poesía recente. Pertencen a un libro que atoutiñou para ver luz, rexeitado por editoras e premios e finalmente sufragado pola autora e tres amigos, mudou en texto de culto e, 17 anos despois, acada a súa terceira edición. Pornografía, a estrea literaria de Lupe Gómez (Fisteus, 1972), interrompeu o curso das letras galegas coa súa antilírica, coa súa retórica violenta, cortante. Coa súa “poesía fea”, como titulou a poeta o seu terceiro libro. “A min dábame igual que gustase ou non”, lembra agora Gómez, “temos que incentivar esa parte de nós que non gusta; a poesía non ten que compracer a ninguén”.
Palabras que semellaban prohibidas entraron, a través de Pornografía, na tradición da literatura galega. “Construimos o sexo / cos nosos dedos”, expuña nun haiku libre de nome CERÁMICA. Putas, vacas, sexo triste pero nunca inhibido, existencialismo lacónico, mulleres non sumisas, fluídos corporais, boxeo, a violencia dunha vida non amábel, tetas. “Hai cousas que non se poden dicir, ou que están mal vistas, ou que non lle gustarían ao cura de Fisteus”, argúe quen, en 1999, publicou Os teus dedos na miña braga con regra, “pero hai que dicilas igual, aínda que só sexa pola liberdade de expresión”.
Pero cando aquel libro naceu, xa tiña anos de idade. Botárase á vida por tabernas e pubs, en recitais de toda condición. Era a denominada Xeración dos Noventa, que, segundo o consenso crítico, sacou a poesía da academia. “Houbo unha aposta renovada pola poesía en voz alta, pola poesía pública e performativa, concretada no auxe de recitais e intervencións en lugares inicialmente non previstos”, considera o investigador Isaac Lourido nun correo electrónico. Nese escenario, Pornografía foi debuxando as súa contornas, ate o punto de que a autora mesmo sentiu medo ao transferilo ao papel. “Tiña esa forza oral dos recitais, de cando as palabras se poñen en pé”, explica Gómez, “e eu temía que a perdese ao mudar en libro”.
Non pareceu ser o caso. Uxío Novoneyra (O Courel, 1930 - Santiago, 1999) oficiou de pai de Pornografía nun café da cidade vella de Santiago. “Recibiume como unha filla, el era unha persoa moi boa”, fai memoria, “emocionábase cando me escoitaba recitar”. Os poemas ditos por Lupe Gómez adoptan a urxencia do que non pode ser calado. “Unha poesía non-lírica”, describe Isaac Lourido, “estridente, procaz, vinculada á acción”. En voz moi alta, seca. Foi por esa dicción que Novoneyra decidiu emparentar a Lupe Gómez con Rosalía de Castro. E unha mostra de que as célebres desavinzas entre o autor do Vietnam Canto e os poetas dos noventa —enunciadas tras a lectura dun manifesto de Rafa Villar— non foron totais.
“A poética de Lupe Gómez non foi asumida nin recoñecida por sectores importantes da crítica e do sistema literario en xeral”, opina Lourido, “e iso parece claro nos ámbitos afíns ao proceso normalizador que acompañou o desenvolvemento da autonomía”. Outros estudosos —por caso, Arturo Casas ou Helena Miguélez— si aprezaron unha poética incómoda e límite. Tamén o fixeron, conta a poeta, os seus veciños de Fisteus. “É que Pornografía non é unha poesía culta”, di, “gústalle á xente que non son escritores, á xente que me dicía ‘non me gusta ler, pero gústame o teu libro”. Algúns escritores contradina: Gómez mantén correspondencia con John Berger, Xosé Neira Vilas ou Antonio Gamoneda. A partir desas cartas, redactadas a man —“recupero ese acto de pintar, case animal”—, constrúe a súa nova obra, Fosforescencias.
Antes exporá de novo en público Pornografía, o traballo sobre o que medraron outros 13 libros: “Sei todos os seus poemas de memoria e estiveron sempre aí”. E eses poemas volven ás librarías da man da editorial Positivas e cun limiar do xornalista Fran P. Lorenzo. A segunda edición fixéraa El Correo Gallego co Concello de Santiago. “A idea de reeditalo foi de Paco Macías [DE POSITIVAS]\[de Positivas\], que xa no seu día me axudara coa distribución da primeira edición”. Esa relación serviulle a Gómez, ademais, para coñecer a Lois Pereiro. E para publicar no semanario A Nosa Terra unha das últimas entrevistas do autor de Poesía última de amor e enfermidade.

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¿A quién le importa Menéndez Pelayo?

Se cumple el centenario del autor de la ‘Historia de los heterodoxos españoles’, aplastado por una hagiografía tan exagerada que lo llegó a proclamar como un enviado de Dios y el santo laico de la Falange

 
EVA VÁQZUEZ
 
Casi en el olvido, en medio de un silencio clamoroso en comparación con las exaltaciones míticas, incluso místicas, del pasado, llega el centenario de la muerte de Marcelino Menéndez y Pelayo (Santander, 3/11/1856 –19/5/1912). ¿A quién le importa? Aplastado por una pedrea de retruécanos, ensalzado hasta la nausea por fieles poco escrupulosos con la verdad, pasmosamente ignorado por sus afines, el autor de la Historia de los heterodoxos españoles importa ahora, sobre todo, para celebrar el entierro de una España que lo tuvo por santo y seña: católica a machamartillo, intolerante, fanática, inquisitorial. Ya sé, ya sé. Hay otro Menéndez Pelayo, digno de tener en cuenta, enormemente valioso aún hoy. De vez en cuando retomo algunos de sus escritos —hay donde escoger: la única edición íntegra que se ha hecho de su obra ocupa 30.000 páginas—, para gozar de un estilo vigoroso, moderno, y para conocer mejor a los heterodoxos, más atractivos que los eclesiásticos de rebaño. A veces duelen la sátira y la ironía con que trata a sus herejes, casi siempre sin misericordia, pero es mejor eso que las cargantes refutaciones de otros intelectuales no menos encumbrados. Juan Goytisolo pone dos ejemplos en el libro El furgón de cola, editado en 1967 en París por Ruedo Ibérico a causa de una censura que agradaba al llamado polígrafo santanderino por motivos religiosos. Lo que maravilló a Goytisolo fue la saladísima descripción del viaje de Borrow por España vendiendo biblias protestantes, y las reflexiones del crítico sobre una oda de Menéndez Valdés donde el poeta —literatura de secarral— se imagina convertido en palomo, y a su amada en paloma “cubriendo a la par los albos huevos”.
Todo está muy bien, hasta que uno repara en las consecuencias. Borrow, famoso como Jorgito el inglés, permaneció en la cárcel apenas una semana —el rey de Inglaterra suspendió un viaje a España con tal motivo: era correligionario del perseguido—, pero la saña contra los protestantes no cesó, con persecuciones que a veces acabaron en el pelotón de fusilamiento. Lo más doloroso es el frívolo desparpajo con que Menéndez Pelayo se despachó contra casi todos: “El protestantismo no es en España más que la religión de los curas que se casan, así como el islamismo es la religión de nuestros escapados de presidio en África”. Vaya por Dios.
El fogoso pescador de herejes escandalizó con su defensa de la España de Trento y la Inquisición
En Cantabria hay organizados algunos eventos para celebrar este centenario, todo muy comedido. El menendezpelayismo está en retirada. La existencia en Santander de una Universidad Internacional de Verano, fundada por la República en 1932 con ese nombre, y rebautizada por la dictadura franquista y nacionalcatólica para honrar a Menéndez Pelayo (UIMP), no parece que vaya a compensar el silencio. Nunca se ha emocionado el santanderino con su UIMP. Se curó de espantos menendezpelayistas cuando los obispos y Franco unieron empeños para elevar a los altares al afamado polígrafo. El primer empuje consistió en entronizar sus restos en la catedral de Santander, a donde llegaron desde el cementerio municipal con el dictador y los purpurados bajo palio. Ocurrió el 3 de noviembre de 1956 y la prensa jaleó el acontecimiento con encuestas entre los que habían conocido al previsible santo. Todo se fue al traste cuando un reportero llevó a su director la respuesta de una señora a la que había acudido por tener el mérito de ser la más vieja del lugar. Preguntada por cómo recordaba a don Marcelino, la señoruca, dura de oído pero ligera de memoria, contestó mientras se sujetaba el moño: “¿Marcelinuco, dice usted? ¡Ah, sí! ¡Qué bueno era en la cama!”. Ahí se torció la buena voluntad del abogado del diablo.
Pero estas son anécdotas en la vida de un erudito que escribió en el epílogo de los Heterodoxos sobre la España “evangelizadora de la mitad del orbe, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma y cuna de san Ignacio” (lo que tenía por nuestra grandeza, “no tenemos otra”). Para los asuntos de tejas abajo, que cultivó con apasionamiento pese a aparentar lo contrario, tuvo como maestro al más ilustrado y malicioso de los españoles de su época, Juan Valera, que le escribía cartas sobre el modo de conducirse en sociedad con las señoras (cartas destruidas, naturalmente, por los hagiógrafos) e intentó en vano apaciguarle al cazador de heterodoxos su reaccionarismo neocatólico.
El historiador Antonio Santoveña acaba de publicar una breve biografía de Menéndez Pelayo, lujosamente editada por Valnera con portada y pinturas de José Ramón Sánchez. La titula El último sabio. Es un compendio del estado en que se encuentra el menendezpelayismo, con un centenar de textos del pensador, más cien opiniones de escritores o políticos. Culmina así un trabajo de décadas sobre el polígrafo, con varias publicaciones sobre su influencia, como Menéndez Pelayo y las derechas en España. Pese al título —el último sabio es mucho decir—, Santoveña coincide con historiadores de mente abierta (Araquistain, Abellán, Ramón Viadero…) en que, al final de muchas rectificaciones y excusas, Menéndez Pelayo fue consciente de un doble fracaso: no logró regenerar España contra los regeneracionistas y no era comprendido por sus coetáneos porque para los católicos era demasiado liberal, y para los liberales, demasiado católico.
El polígrafo santanderino es muy grande en obras de historia y crítica de la literatura española
El fogoso polígrafo había dado motivos para el escándalo desde muy joven, cuando empezaron a correr leyendas sobre sus portentosas (supuestas) habilidades: que si leía dos páginas al mismo tiempo, una con cada ojo; que recitaba de corrido la Iliada en griego y que no había biblioteca importante en Europa donde no hubiera husmeado en busca de heterodoxos españoles. Su desgracia fue que el recuento de los herejes aplastó sus obras mayores, la Historia de las ideas estéticas en España, Orígenes de la novela o Estudios de crítica literaria. Pese a olvidado, aquí sí que es grande Menéndez Pelayo, aunque a veces se dejó perder por presiones de sus jaleadores ultracatólicos. Un ejemplo: empeñado en traducir todo Shakespeare al español, suprimió diálogos enteros “pudoris causa”, para librar al españolito de a pie de “aberraciones contra el buen gusto en que a veces incurría el gran poeta”.
Entre las piezas que han arrinconado a Menéndez Pelayo, quizás para siempre, en el desván de lo que hay que pasar por alto, recordemos el famoso Brindis del Retiro, que pronunció en uno de los actos del centenario de Calderón, en 1881. Algunos oradores habían mantenido tesis que le disgustaron, así que, sin que nadie lo esperase, se alzó con un discurso feroz en defensa de la fe romana (“la Iglesia, el partido de Dios en la Tierra”) y hasta de la Inquisición. Tampoco es manca su increíble teoría sobre el valor cristiano de la intolerancia: “Ley forzosa del entendimiento humano en estado de salud es la intolerancia. La tolerancia es virtud fácil. Es la enfermedad de épocas de escepticismo o de fe nula. Tal mansedumbre no depende sino de una debilidad o eunuquismo del entendimiento”. A este clericalismo basto achaca Baroja el “carácter infecundo, mular” de la erudición española.
Volvamos al ardoroso Menéndez Pelayo que recorre Europa, pagado por el Estado, para catar herejes. Sorprende su simpleza en asociar sexo con herejía (los protestantes “ahorcan sus hábitos por las mujeres”), pero, sobre todo, su caída en el odium theologicum, el odio teológico, la fea costumbre de combatir ideas dañando el honor y la vida privada y moral de quien las propaga. Tiene además desprecio por la mujer, la imbecillitas sexus, la menor capacidad intelectual de las mujeres. Aparece en este comentario sobre lo peligroso que es leer la Biblia en español: “Puestas las Sagradas Escrituras en romance, sin nota ni aclaración, entregadas a la interpretación de mujeres y niños, son como espadas en manos de un furioso…”. Menéndez Pelayo, él mismo un golfo con las mujeres, sobre todo de pago, se pone del lado de san Agustín, otro obseso. En esto, la jerarquía del catolicismo romano no ha retrocedido ni un meñique.

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Feria en Glubbdubdrib

 
Ilustración de Max.
 
Feria del Libro. A pesar de la que está cayendo (o precisamente por eso) los libreros echan el resto. Este fin de semana es importante, pero también lo serán los dos siguientes, de modo que hagan ustedes sus planes, que ya son mayorcitos; en todo caso, y si pasan por Madrid, no dejen de darse una vuelta por el Retiro. La feria se convierte durante tres semanas en un ámbito que recuerda a Glubbdubdrib, aquella isla de hechiceros y espectros que visitó el curioso e intrépido Lemuel Gulliver y en la que se podía invocar (aunque sólo por 24 horas) a los grandes personajes del pasado (no necesariamente ejemplares) para que respondieran a las preguntas que siempre habíamos deseado hacerles. De igual modo que el viajero de Jonathan Swift convoca a Bruto y a César, a Descartes y a Aristóteles, a Homero y a Sócrates, en la feria podemos invocar a los autores que ya no están entre nosotros (y que —ay— no les podrán firmar sus obras) y a los que a veces lo están demasiado (y que se mueren por firmárselas). De modo que acudan con sus ahorrillos (demediados por tanta austeridad ultra ortodoxa) y olvídense por un rato de lo que el sobrado Paul Krugman (cuyas profecías semanales son la mejor publicidad para su libro ¡Acabad ya con esta crisis!, Crítica) ha denominado en alguno de sus deprimentes artículos “apocalipsis en breve” o “pánico bancario lento”. Y eso que, como él, supongo que cuando logremos olvidar el merkelismo rajoyista y volver a las delicias de la inflación controlada, volveremos a crecer (y, eventualmente, a ser felices, al menos hasta la próxima crisis del capitalismo). Mientras tanto, evitemos pensar en el Apocalipsis y gastémonos algo de pasta (tela, lana, plata, guita) en la feria (aprovechando el 10% de descuento). Y no nos olvidemos de las revistas culturales, que —¡ay, ay, ay!— ya no llegan a las bibliotecas públicas, lo que es un error tan lamentable como cutre. La muy ideologizada señora Lizaranzu, que acumula tanto poder en la Administración estatal de la Cultura, debería darle otra vuelta al asunto. Al fin y al cabo querer es poder y esta dama manda muchísimo, créanme. Tanto que, según mis topos en la plaza del Rey, cuando entra no sólo se cuadra la Guardia Civil, sino que “hasta el polvo inmóvil se ha puesto ya de pie”, como (mutatis mutandis) le pasaba a César Vallejo cuando entraba en su “recóndita pieza” del Café de la Regencia.
Podridos
Compruebo que en su edición de Entremeses cervantinos publicada en la remozada serie “odres nuevos” de Castalia, Andrés Amorós ha incluido El hospital de los podridos, a pesar de que estudiosos tan solventes como Eugenio Alonso han refutado con fundados argumentos la atribución de dicha obrita al autor del Quijote. Me alegro, en todo caso, de haber podido releer en versión modernizada ese divertido juguete satírico que pone en escena a un conjunto de pacientes aquejados de una extraña enfermedad que les hace sufrir e irritarse por cualquier cosa que hacen (o logran) los demás y que, aunque no comprendan (o quizás por ello), les pone enfermos, les “pudre”. Los podridos quisieran que la gente se comportara según sus propios deseos: su mirada de jueces es, en el fondo, un gesto ceñudo, la antítesis de la mirada liberal. Por eso se expresan como moralistas, incluso cuando hacen de la confortable equidistancia la forma suprema de la distinción, incapaces de comprender la indignación de quienes se sienten amenazados. Por aquí siempre han abundado los podridos, en la esfera privada y en la pública. Los primeros resultan molestos, pero se les puede combatir con argumentos. Los segundos son más peligrosos porque si se “pudren” demasiado pueden sentirse justificados para utilizar con contundencia el poder que les confiere el Estado, aunque no siempre venga al caso. En cuanto a los Entremeses, la casualidad ha provocado que estos mismos días me topara con la breve reseña que a su traducción polaca dedicó la llorada Wislawa Szymborska, y que se incluye en Más lecturas no obligatorias (Alfabia). Recojo y suscribo su final, en el que resplandece el registro elegantemente irónico de la autora: “Pobre Cervantes. No consiguió en su vida nada más que eternidad”.

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El momento de la reinvención

Empieza a imponerse un cambio de modelo de la feria, hasta ahora básicamente comercial, por otro que prime las actividades culturales de calidad

 
Aspecto, ayer al mediodía, de las casetas de la Feria del Libro de Madrid. Cuando poder pasear por la feria del libro no es una buena noticia. Así podría ser el titular de esta información debido a dos hechos coincidentes y que, aunque uno no es consecuencia del otro, están más relacionados de lo que parece y guardarían parte del futuro de la cita madrileña: su reinvención.
Primer capítulo. En el primer fin de semana de la 71ª Feria del Libro de Madrid se ha podido caminar, lo cual no es muy buena señal ya que otros años la afluencia de público hace intransitable el Paseo de Coches del Parque del Retiro, donde se celebra el evento.
Algunos expositores no ponen muy buena cara ante la pregunta de cómo han empezado las ventas: “Muy despacio”, “¿...?”, “Poco a poco”, “Ummm”, “Hay que esperar” son algunas de las expresiones escuchadas. El año pasado las ventas bajaron un 10% con respecto a 2010 y este año se habla de lo mimos frente a 2011.
Segundo capítulo. Después de 71 ediciones, la feria buscaría un cambio de modelo. Uno que fuera más allá del meramente comercial y de las firmas de los escritores. Uno que aportara y contribuyera al diálogo, a la divulgación y al debate cultural y literario con actividades cuya calidad media fuera mucho más alta de la que ofrece. Sobre todo, cuando cada día se habla más de la ausencia de ideas y debates, de la falta de compromiso de los intelectuales y de los creadores y la industria cultural. Este año, la cita literaria ha quedado en evidencia ante una muy irregular programación de eventos. Una queja en aumento en los últimos años por parte de libreros, editores, distribuidores, escritores y visitantes.
Dos episodios que recuerdan la crisis en diferentes ámbitos y la necesidad de convivencia de los mundos analógico y digital que obliga a replantear eventos como el madrileño. Mientras el primer capítulo obedece a circunstancias ajenas a la organización, el segundo depende de ella. “La Feria programa lo que los expositores ofrecen. Dejamos en sus manos las actividades y quizás sea bueno plantear un modelo mixto en el que esté más involucrado el Comité organizador de la Feria para dar más calidad a los contenidos”, afirma el director del evento, Teodoro Sacristán. Una idea que comparte Fernando Valverde, director de CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros): “Tal vez hay que replantear el actualmodelo y estudiar uno que tenga un contenido de más calidad. Vamos a llevar esta reflexión para que la Feria se implique más”.
Una situación que podría empezar a cambiar una vez acabe esta edición el 10 de junio. ¿La razón? Todo indica que antes del verano la Feria pasaría a ser una fundación lo que conlleva un cambio de reglamento y coordenadas. Se reforzarán y añadirán intereses más allá de la prioridad comercial, asegura Ramón Alba Sanz, editor de Polifemo y uno de los nueve miembros del Comité Organizador. Para el editor, “sería clave que la feria modernizara su ambiente” y estuviera más acorde a los tiempos y a la propia naturaleza del libro a la que se le presupone un plus de aportaciones.
Ante la pregunta: ¿Qué aporta la Feria de Madrid a la reflexión, el diálogo y el debate de la cultura y la literatura?, Sacristán y Valverde responden que es el encuentro entre el autor y el lector. La fiesta de los lectores que van a comprar. Centenares de autores en 17 días, millares de lectores haciendo colas para que les firmen un libro. Y, al fondo, actividades como mesas redondas, diálogos, conferencias, coloquios o entrevistas a las que asiste poquísima gente. En el imaginario colectivo, esta feria es firma de libros y más firma de libros, lo cual ha derivado en una especie de competición de quién tiene más gente en la fila. “Muy pocas personas asisten a las actividades culturales. Puede haber grandes nombres y temas interesantes, pero el público no suele asistir, salvo excepciones, ni los medios de comunicación los registran”, se lamentan Sacristán y Valverde.